Tras un largo y caluroso día de escalada, nos desplomamos en esta isla; cada uno en su pequeño rincón idílico. De repente, oímos un grito: "¡Un oso! ¡Se dirige hacia ustedes!" Nos pusimos en pie rápidamente y, en efecto, un oso negro se encontraba sobre una pequeña planicie, corriendo desde donde se escuchó el grito. Parecía un poco estresado de encontrarse en el centro de un triángulo de vociferantes seres humanos. Pero dejamos de gritar y rápidamente sacamos el atomizador para osos. Pasó a unos escasos 5 metros (15 pies) de mí, se dirigió a los arbustos de la ladera, y se puso a comer arándanos. Sean bajó y dijo: "¡Estaba durmiendo y me he despertado con la cara del oso a medio metro de mí!" – “¡Huy! ¿Y qué hiciste?"- le pregunté. -¡Levantarme de un salto y ponerme a gritar!- respondió. Siempre que contamos esta historia a nuestros amigos de Alaska, es inevitable que alguien salga con un relato sobre cómo el amigo de su amigo se despertó con un oso lamiéndole la cara. Todos ellos también dieron un brinco y sobrevivieron. Al parecer, esta es la reacción normal e involuntaria... Fotógrafo: Bill Eichenlaub