El plan era llegar al glaciar a las 6 de la mañana, una manera maravillosa de despertar. Sin embargo, se me olvidó que era septiembre y que los días eran más cortos. Llegamos en plena oscuridad. Me estaba empezando a preocupar de que hubiera planeado mal todo el viaje. Nadie iba a poder ver el glaciar. Conforme nos acercábamos, vimos cómo las estrellas desaparecían en el cielo claro de la mañana, y el blanco hielo brillaba reflejado en las aguas mansas. Contemplamos el amanecer en silencio, mientras las montañas de los alrededores adquirían unas radicales tonalidades rosadas. Fotógrafa: Amanda McCutcheon